Por Juan Aguilar*
Cuando
la Guerra de Las Malvinas, la Roca, como puerta entre dos continentes,
cumplió su papel estratégico en un conflicto con miles de víctimas como
balance final entre muertos y heridos. En Gibraltar hacían escala parte
de los buques de la flota británica que se dirigía a combatir a los
argentinos que intentaban liberar las Islas Malvinas de la ocupación.
En ese
contexto, hace 31 años, estuvo a punto de suceder algo en el Campo de
Gibraltar que hubiese cambiado posiblemente el curso de muchos
acontecimientos que estaban por llegar. La historia es casi desconocida
para el gran público, pues razones diplomáticas de la España de entonces
impidieron que tuviera el eco mediático que merecía.
Iniciadas
las hostilidades en el Atlántico Sur, cuando todo el mundo pudo
observar que aquello iba en serio y que asistíamos a un epidodio más de
una potencia colonialista, el Reíno Unido, “cañoneando” a un pueblo
hermano para mantener sus posesiones, grupos de españoles comenzaron a
contactar con los consulados argentinos para presentarse voluntarios a
luchar contra el enemigo histórico que, igualmente, ocupaba un trozo de
tierra española: la Gran Bretaña.
Los
primeros días de mayo de 1982 eran protagonizados en Andalucía por la
campaña electoral autonómica que ganaría Rafael Escudero para el PSOE
por mayoría absoluta.
UN PLAN PARA ATACAR GIBRALTAR
Los
partes de guerra que llegaban en esas fechas a la mesa del Almirante
Jorge Isaac Anaya, miembro de la Tercera Junta Militar, presidida por el
General Galtieri, eran alarmantes. Anaya fue el gran impulsor de la
recuperación militar del archipiélago de las Malvinas por parte de
Argentina. El bombardeo del crucero argentino General Belgrano, que no
participaba en ninguna acción armada y se retiraba, había arrojado días
antes un total de 323 argentinos muertos, un auténtico crimen de guerra
ordenado por la Primera Ministra británica Margaret Tachter. Aquel
crimen produjo un tremendo impacto en el estado de ánimo de la sociedad
argentina.
Fue
entonces cuando el Almirante Anaya llamó al Vicealmirante Eduardo Morris
Girling, Jefe del Servicio de Inteligencia Naval y le hizo partícipe de
un plan secreto que ejecutarían comandos especiales y que solo
conocerían ellos dos en la cúpula militar, junto a una tercera persona,
el Capitán Héctor Rosales, en su calidad de agregado naval en la
Embajada de Argentina en Madrid, como coordinador de las operaciones en
territorio español. Rosales utilizaría como nombre de guerra el de
“capitán Fernández”. También sería conocedor de la operación el capitán
Luis D’Imperio, exmiembro de la ESMA, que coordinaría todo desde Buenos
Aires. Eran acciones militares que, formalmente, no iban a existir nunca
en ningún documento ni papel oficial.
El
Almirante Anaya contó con un primer comando para su ejecución formado
por tres guerrilleros Montoneros: Máximo Nicoletti, el ejecutor
material, Gordo Alfredito era su nombre de guerra, Antonio Nelson Latorre alias El Pelao Diego y otro experimentado alias el Marciano
cuyo nombre verdadero nunca trascendió. Todos montoneros, todos eran
aficionados al buceo y alguno, como Nicoletti, con larga experiencia en
la voladura de barcos en tiempos de María Estela Martínez de Perón. Uno
de ellos con el principal jefe contraterrorista del peronismo y su
esposa dentro, que saltaron por los aires en mil pedazos. Máximo
Nicoletti, además, llevaba lo de volar barcos en su genética familiar.
Su padre, fascista, buzo táctico italiano, había participado en la
voladura de varios buques en el puerto de Alejandría en 1941 durante la
II Guerra Mundial.
Simultáneamente,
de entre los voluntarios españoles dispuestos a luchar con los
argentinos, se escogió otro comando formado por tres personas. Uno era
suboficial del Ejército de Tierra, desde donde sigue sirviendo a su
Nación en la actualidad, por lo que nos resguardamos su nombre, del
segundo nunca supe su identificación y el tercero, quien escribe estas
líneas, entonces un simple estudiante universitario de Ciencias Físicas.
A día de hoy, desconozco si se pusieron en marcha otros comandos,
puesto que el desarrollo de los acontecimientos impidió continuar las
acciones previstas y todo el plan quedó cortocircuitado.
El plan
consistía en atacar directamente a la Royal Navy en Europa, donde menos
se lo esperaban: en Gibraltar. Se trataba de jugar con el factor
sorpresa y generar una cierta sensación en la OTAN de que las defensas
en Europa quedaban desguarnecidas frente a otros enemigos (la URSS) por
tener desplazado tanto operativo militar británico (y no británico)
lejos de los vulnerables objetivos europeos, en Las Malvinas. Nadie
podría sospechar que los militares argentinos del momento estuvieran
planeando un golpe tan audaz e inesperado, que hubiera tenido un gran
efecto psicológico en la sociedad y, posiblemente, en el concierto
geoestratégico internacional.
En toda
esta historia, el protagonismo real lo tenía ese primer comando
argentino que debía actuar en Gibraltar. Los demás actuaríamos de
reserva y con la misión de asestar golpes posteriores a las
infraestructuras militares británicas en el Peñón. Era la Operación Algeciras.
Los tres montoneros reclutados para ejecutar la primera fase de la Operación Algeciras,
al igual que el resto de voluntarios implicados en la operación
teníamos que aceptar como condición que si éramos localizados y hechos
prisioneros, nunca la Armada argentina nos reconocería como combatientes
y no podría acudir en nuestra ayuda. Serían simplemente Montoneros
luchando por la Argentina por su cuenta. Y si la cosa salía bien, todos
quedábamos comprometidos por un pacto de silencio sobre el que jamás se
contaría nada. Han pasado 30 años y todos los autores intelectuales de
aquella misión han desaparecido o ya no están en los puestos de
responsabilidad que ocuparon en aquellas fechas, por lo que en nada
perjudica que los hechos vean la luz.
MINAS ITALIANAS HACIA GIBRALTAR
El puerto
de la colonia británica de Gibraltar era el sitio elegido para enviar
el primer comando integrado por los tres guerrilleros civiles y un
militar. Según se publicó posteriormente, a través de valija
diplomática llegaron dos enormes minas lapa de carga hueca con 25 kg de trotyl cada una, de fabricación italiana, de unos 60 centímetros de diámetro cada una.
El plan
era colocar los artefactos en la quilla inferior de algunos de los
grandes buques de guerra británicos atracados en el puerto de Gibraltar,
repostando antes de dirigirse al teatro d eoperaciones del Atántico
Sur.
El
comando argentino salió del aeropuerto de Ezeiza, en Buenos Aires, con
dirección a Madrid. Desde la capital de España se trasladaría hacia
Málaga y de allí al Campo de Gibraltar.
El
comando, camuflados como buceadores de pesca y aficionados a la foto
submarina, se instaló primero en Estepona y desde allí desplegaron en
pocos días su conocimiento sobre el territorio de operaciones en el
Campo de Gibraltar. Confirmaron sus primeras impresiones sobre plano:
sí, era posible volar un barco de guerra británico en el puerto de
Gibraltar. Lo harían. Solo faltaba el ok desde Buenos Aires, desde el
edificio Libertad en la zona de Retiro, sede de la jefatura de
la Armada, despacho de Anaya. Hubo dos fechas previas para ejecutar el
atentado, pero se anularon sobre la marcha. La última noche, la del
domingo 9 de mayo, la luna impidió la ejecución con garantías
suficientes para la escapada. La bahía estaba reluciente. El lunes 10 de
mayo, sí o sí, iba a ser la fecha.
Amanecía
el lunes 10 de mayo. Aquella mañana de lunes, la perspicacia de un
veterano comisario de policía de Málaga dio al traste con una operación
militar de gran calado, diseñada semanas antes nada menos que en el
Cuartel General de la Armada Argentina en Buenos Aires.
La misma noche del 10 de mayo, horas antes del Día D y de la Hora H para la ejecución de la Operación Algeciras,
el parte de guerra argentino era aterrador: 82 muertos, 106 heridos y
342 desaparecidos en la contienda frente a las costas de Tierra de
Fuego. Era la trágica respuesta militar británica al bombardeo previo de
un portaaviones de combate inglés, el HMS Invencible, que casi acaba en
el fondo del mar por la heroica acción de los pilotos argentinos.
UN ERROR DE INTELIGENCIA
La misma
mañana del 10 de mayo de 1982, los miembros del comando montonero
trabajaron casi en exclusiva en preparar la retirada una vez que la
misión hubiese sido cumplida. El comando saldría en un vehículo en
dirección a Barcelona, de allí pasaría a Francia y un vuelo a Buenos
Aires. Para ello era necesario realizar la renovación de los cohes de
alquiler, que casualmente vencían el 9 de mayo.
Aquí fue
donde se produjo el fatal error de la inteligencia argentina. Lo lógico
hubiese sido pagar el alquiler de los coches con una tarjeta de crédito
“límpia”, pues aunque hubiese sido detectada al día siguiente de la
acción del comando, éste ya estaría volando hacia Buenos Aires. Pero
alguien pensó que lo mejor era pagar en efectivo para no dejar rastro.
Lo malo es que lo habitual en la época y más en una zona turística es
abonar con una tarjeta de crédito. Aquella circunstancia, un error de
inteligencia, fue lo que puso en alerta a la policía malagueña que, por
aquellas fechas, andaba obsesionada con una banda de latinoamericanos
que atracaba sucursales bancarias en la Costa del Sol. Y nuestro comando
estaba formado por argentinos…
Los
inspectores del grupo antiatracos de la Policía Nacional en Málaga,
alertados por la compañía de alquiler de coches, dan instrucciones al
encargado de la empresa de que se les avise cuando “vuelvan por aquí
estos argentinos”. Así fue y en el propio negocio de alquiler de autos
son abordados directamente el capitán Rosales y El Marciano por
los agentes de policía Francisco López y Ricardo Ruiz Coll que les
identifican. El comando les confiesan la misión que van a realizar, ante
la sorpresa de los policías que creen que les toman el pelo. En su día,
Cambio 16 reprodujo el diálogo entre el comando y los policías:
-Soy el capitán Fernández -dijo Héctor Rosales- de
la Armada Argentina y estoy en una misión secreta y desde este momento
me considero un prisionero de guerra. No diré una palabra más.
-Si tú eres marino argentino, yo soy el sobrino del Papa, le respondió incrédulo y con sorna Ruiz Coll.
Los detenidos son llevados al hotel de Algeciras donde dormían los otros dos miembros del comando, Nicoletti y El Pelao, precisamente quienes esa noche tenían la responsabilidad directa de la ejecución militar de la operación.
TRISTEZA ESPAÑOLA
Lógicamente,
todos son detenidos y llevados a dependencias policiales. Cuando los
policías españoles confirman la misión que tenían encomendada sus
detenidos, maldijeron haber dado parte a sus superiores tan rápidamente.
-Os hubiésemos dejado seguir adelante, les dijeron.
Los
policías malagueños, una media docena, eran claramente antibritánicos
por lo de Gibraltar y por tanto favorables a Argentina en el conflicto
de las Malvinas, como la inmensa mayoría del pueblo español fuera de la
castuza política del Régimen juancarlista. Hasta el punto que entre los
detenidos y los policías se estableció un clima de simpatía mutua y
camaradería, llegando a almorzar todos juntos ese mediodía y brindando
por “Gibraltar español” y por las “Malvinas Argentinas”.
Lamentablemente, los mandos policiales y del Ministerio del Interior ya
eran conocedores del tema y no se pudo hacer nada para “dejar seguir al
comando”.
El télex
de la comisaría de Málaga con la información de la detención de un
comando militar argentino que pretendía volar un buque de guerra inglés
en el puerto de Gibraltar, fue conocido inmediatamente por el ministro
del Interior Juan José Rosón, que informó inmediatamente al presidente
del Gobierno Leopoldo Calvo Sotelo y Bustelo, que se encontraba ese día
de campaña electoral precisamente en Málaga.
Al
siguiente día se produjeron las bochornosas declaraciones públicas de
aquél tipo tan triste, al que llamaban “El Gran Ciprés”, que fue el
fugaz presidente Calvo Sotelo: “la Guerra de Las Malvinas era para
España un asunto distinto y distante”. Vergüenza de país este…
… Y SE ACABÓ EL TIEMPO
La
decisión del Gobierno de Calvo Sotelo fue fulminante. Acojonado, como
siempre está nuestra servil castuza política, declaró el asunto “materia
reservada” o “secreto de guerra” y decidió proceder con todo el sigilo
posible para repatriar a los detenidos cuanto antes, como si aquí no
hubiese pasado nada. Sobre todo, que no se enteraran los británicos, no
fuese que “pensaran mal”.
Según
nuestra cobarde clase política, bajo ningún concepto España podía
permitirse un “escándalo internacional” con Gran Bretaña en aquellos
momentos, máxime recién llegados a la OTAN pero, sobre todo, con la
asignatura de Gibraltar de por medio que, evidentemente, pasaba a un
segundo plano en aquel momento para el gobierno de UCD. No se ayudó a un
pueblo hermano y el resultado es que Las Malvinas siguen ocupadas y de
Gibraltar mejor no hablar.
Enterada
la embajada de Argentina en Madrid, se ordenó parar al resto de
comandos. El nuestro cuando estábamos a puntos de ser activados y
enviados a Gibraltar. Por desgracia, dado el resultado de aquella
guerra, ya no hubo tiempo de retomar la misión. Las hostilidades
acababan como ya sabemos. Nosotros, seguramente salvamos la vida, pero
perdimos la más preciosa de las ocasiones para dar a los colonialistas
británicos algo de su propia medicina.
Las minas
que deberían haber reventado alguno de los barcos piratas de la Pérfida
en el Gibraltar ocupado, serían explosionadas meses después, bajo
control y en el mayor de los secretos, en el campo de tiro del
acuartelamiento de La Legión Álvarez de Sotomayor, en Viátor, Almería, tras pernoctar tan peligrosos trastos en la comisaria de policía de El Ejido.
Tanto fue el secretismo que se aplicó al desenlace de la Operación Algeciras
que el propio Leopoldo Calvo Sotelo es quien dio instrucciones
concretas para que los miembros del comando viajasen en el avión
presidencial de Málaga a Madrid. Así, gran parte de la escolta de
seguridad del presidente, ocho miembros, se tuvieron que quedar en
tierra para que sus asientos fuesen ocupados por el comando militar
argentino y sus conductores camino de su repatriación a Buenos Aires,
primero a Madrid y finalmente vía Las Palmas.
Imaginamos
que los servicios de inteligencia británicos, el MI5 y los servicios de
inteligencia franceses serían informados de la operación fallida desde
el primer momento por nuestra lamentable castuza política. Todo hubiese
sido mucho más difícil desde aquél momento. A los argentinos solo les
quedaba la baza de uno o varios comandos formados por españoles. Pero el
tiempo se acabó…
Así finalizaba aquella bonita historia, la Operación Algeciras,
que pudo tener un final épico, pero que acabó de forma decepcionante
para todos, para nuestros camaradas Montoneros, para los que queríamos
golpear al -HASTA EL DIA DE HOY- enemigo histórico de nuestra Patria,
para los policías que involuntariamente, cumpliendo con su deber, dieron
al traste con el plan,… pero sobre todo, para la memoria de aquellos
marinos del Crucero General Belgrano masacrados por los mismos que hoy siguen masacrando, ahora en Damasco, como antes fue en Bagdad o en Trípoli.
Eso sí,
pierda toda esperanza el sajón… siempre habrá un hispano dispuesto a
hacerle frente siguiendo la consigna de nuestro gran almirante Blas de
Lezo: “Todo buen español debería mear siempre mirando a Inglaterra”
* Director de Elespiadigital.com